No es de extrañarse que por mi afición a la música, esta película me haya llamado la atención. Pero mentiría si dijera que esa es la razón por la que vi el film. Me gusta pensar que yo no busqué a la película pues quiero creer que ella me encontró a mí.
En 2013, mi mejor amigo y yo habíamos visto una comedia de aventura titulada “Sin rumbo”; (en Hispanoamérica). Por supuesto, el nombre original es Without a paddle (2004) de Steven Brill. Años más tarde, en 2017, estaría mirando la televisión para encontrarme en la guía de programación con el mismo título hispanoamericano en algún canal de películas premium, por lo que me dispuse a disfrutar de las aventuras de Seth Green, Matthew Lilard y Dax Shepard y cambié el canal esperando ver la misma comedia que tiempo atrás compartí con buenos amigos. Me equivoqué y no pude estar más feliz de haberlo hecho, pues esta no era la “Sin rumbo” que yo había visto: era Rudderless.
El debut directoral de
William H. Macy, un actor conocido por el drama judicial A civil action y
la tercera entrega de la trilogía Jurassic Park. Ruddeless es un drama
musical que sigue a Sam, un afligido padre quien pierde todo en un espiral de
miseria mientras trata de lidiar con el dolor de perder a su único hijo, quien
presuntamente se suicida después de perpetrar un asesinato en masa en su
universidad. Años más tarde, el padre, interpretado por Billy Crudup (Watchmen,
Spotlight), descubre unas cintas en las pertenencias de su hijo y se da cuenta del gran
talento que este poseía como cantautor.
Esperando buscar consuelo
y una forma de conocer una parte de su chico que jamás vio, Sam interpreta una
de las canciones de las cintas en un bar open mic cuyo dueño
curiosamente es interpretado por el mismo Macy, director del filme. Ahí,
Quentin, un entusiasmado músico interpretado por Anton Yelchin (en paz
descanse), escucha y queda fascinado con la presentación de Sam, posteriormente
proponiéndole en repetidas ocasiones tocar juntos en el bar. A regañadientes y
sin revelar el verdadero origen de los temas, Sam acepta y terminan formando
una banda a la que Quentin bautiza Rudderless.
Quizá sea muy atrevido de mi parte decir esto, puesto que obviamente no soy ningún experto, pero hay veces en las que hablar de los aspectos técnicos de una película puede salir sobrando bastante, sobre todo cuando su historia y el poder de sus ideas opaca por completo todo esto. La química en escena entre Crudup y Yelchin hace que la trama tenga muchísimo sentido y nos hace entender por qué Sam decide ocultarle la verdad a Quentin en esperanza de encontrar un poco de catarsis. Por su parte, la música pone gran parte a este proyecto, pues, aunque el filme no sea una premisa precisamente alegre, la mayoría de las canciones que interpreta la banda lo son. Rudderless es una película simple y a la vez muy disfrutable, una historia original que hace bastante fácil empatizar con los protagonistas, gente con sueños, con tribulaciones y cargas.
El intencionalmente
insatisfactorio final hará que caigamos en cuenta lo mucho que nos hizo
adentrarnos a la historia de cada uno de los personajes, que nos identificamos
con ellos y hasta nos volvimos fans de esa banda ficticia. Una historia muy
original que podría describirse como una montaña rusa emocional, que nos hará
llorar, sonreír y reflexionar durante 109 minutos, un título para aquellos
locos corazones que desean sentir todo lo que la música te hace experimentar.
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